Usualmente no soy muy fanática de escribir prosa, pero hoy se ha prestado la situación a que pueda crear un escrito de terror basada en una fotografía. Lo he titulado "La ventana"
Ramiro suspiró mientras se acercaba al
ventanal del piso. “Maldito suero”, pensó mientras jalaba el artefacto que
sostenía la solución intravenosa. Miró hacia abajo, cansado; observó el
estacionamiento, el techo del resto de las áreas del hospital; miró por el
rabillo del ojo la cordillera que se extendía imponente en el horizonte. Escuchó
una risita a sus espaldas, Ramiro no volteó, sabía que ella solo venia a
molestarle; la risita se repitió, le crispaba los nervios ese timbre agudo de
su voz e irritado se dio la vuelta bruscamente para… vaya, se ha ido de nuevo.
En ese momento su estómago protestó por la falta de alimentos y resoplando se
alejó de la ventana que le brindaba esa fresca brisa.
Caminó lento por la sala de regreso a su
cama, ya que las charolas del desayuno estaban siendo repartidas. El día siempre comenzaba igual en el Hospital
Psiquiátrico de Durango: las enfermeras les brindaban los alimentos y vigilaban
que los pacientes no iniciaran una guerra de comida o que se molestaran entre sí.
-Sandra, de nuevo la he oído: insisto, una
chiquilla latosa se cuela aquí cada mañana exclusivamente a molestarme con su
risilla aguda, que madre tan descuidada tiene!- refunfuño a su enfermera designada
-Sr Hernández, le prometo que daré una
vuelta a los alrededores y le insisto en que seguridad esta avisada sobre esta
infante sin supervisión
-Oh Sandra, me recuerdas tanto a mi
Josefina: Siempre tan eficiente! La echo tanto de menos
-No se preocupe, sr Hernández, Josefina
quizá venga hoy a la hora de visitas
-Sandra, Sandra… soy senil, pero no
estúpido. Mi amada Josefina murió hace ya 20 años, pero comprendo que tus
intenciones son buenas
Sandra, tan amable como siempre, le entregó
sus medicamentos del día, mientras revisaba el suero que colgaba de su mano
derecha. Le trajo una silla de ruedas y
lo trasladó a otra área del complejo,
donde los pacientes tenían acceso a juegos de mesa: sabia de sobra que Ramiro
se sentaría en la mesa del centro más cercana a una ventana, con el Jenga para
él solo, a soltar largos discursos sobre la decadencia humana, sobre la escasez
de valores, sobre la utopía de la democracia; a recordar a su amada Josefina y
a declamarle poesías de Pablo Neruda. El tiempo transcurría plácidamente para
Ramiro cuando sintió una presencia detrás suyo y pensó que era otro paciente
pero escuchó esa voz infantil que tanto le irritaba susurrarle al oído: “Ramiro
ven y salta, salta, salta 1, 2, 3 ven por tu trago de malta, 4, 5, 6 da ese
brinco que mata, 7,8, 9 10 anda conejo, vamos rana, anímate cigarra”, Ramiro
palideció y la vocecilla remato con su conocida risita, desvaneciéndose en el
aire… temblando, el anciano volteo en todas direcciones, intentando encontrar a
la niña autora de tan escalofriante rima, sin éxito alguno. Sandra se acercó
rápidamente pero Ramiro tenía el terror plasmado en el rostro y solo atinó a
balbucear: “Ella estuvo aquí, ella... ella quiere matarme! No! Ella desea que
me mate!”
Sandra escribió en sus notas de enfermería
sobre el nuevo avistamiento que el paciente tuvo con “la chiquilla latosa”; el
doctor recogió los expedientes para preparar sus rondas. La historia clínica
señalaba que desde hacía 2 meses el sr Hernández se quejaba sobre la misma chiquilla
y decía que a veces también la veía “metiendo mano” entre sus pertenencias de
su habitación. El médico encargado del
caso se apellidaba Zamora, era un recién graduado pero le apasionaba su trabajo
y tenía talento.
El doctor Zamora revisó a sus pacientes, hasta que le
llegó el turno a Ramiro, quien aún seguía traumatizado por el evento. El joven
médico lo miro, evaluó y escuchó con mucha diplomacia, pero no creyó una
palabra de lo que el aterrorizado hombre le contó. Le prescribió unos
tranquilizantes fuertes y unos somníferos más efectivos. Ramiro volvió a su
cama y como era su costumbre, acarició la foto de recién casados de él con
Josefina que tenia enmarcada y abrió el cajón de su mesita para sacar un
precioso gato negro de porcelana que le había pertenecido a su adorada esposa,
pero su tótem de paz no se encontraba ahí. Sorprendido, rebusco en el cajón y
después en el mueble, pero no lo encontró. Le pregunto a las enfermeras, ellas dijeron
no haber visto el objeto. Sandra no se había presentado debido a un problema de
salud, así que estaba solo. Ansioso, caminó por los pasillos para intentar
calmarse, pero al irse alejando del bullicio, comenzó a oír pasitos apresurados
a su derecha, carreritas a su izquierda y la estridente risita infantil que lo
rodeaba, esa risa infantil aterradora que comenzó a cantar la misma rima que
había escuchado en la mañana, esa rima que le incitaba a saltar del balcón: que
rima tan horrible! La escuchaba cada vez más fuerte, una y otra, era como si
hubiera muchos niños susurrándola, cantándola, gritándola! Que concierto tan
soez, tan atroz y espantoso! Se cubrió
los oídos, pero era como si estuviera dentro de su cabeza ese coro infernal. Empezó
a gritar, ellos empezaron a reír…
-Salta, Ramiro, es tan fácil-Dijo dentro de
su cabeza la niña que lo había atormentado
-No! Déjame! No deseo hacerlo! No se debe
morir así!
-salta, salta, salta, salta, salta, salta,
salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta!- Corearon las voces
-NO! DEJENME! SILENCIO! VAYANSE! LOS ODIO!
LOS ODIO!-Gritó desesperado Ramiro
- salta, salta, salta, salta, salta, salta,
salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta,
salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta, salta,
salta, salta, salta, salta, salta, salta
Ramiro no se dio cuenta cuando empezó a
correr, en qué momento se arrancó el suero, cómo fue que atravesó el hospital
de un extremo a otro gritando, ni de qué manera esquivó a enfermeras y
camilleros, o porque el tranquilizante no le impidió seguir caminando… Solo
supo que vió la ventana abierta y que las voces siguieron atizándolo. Llorando,
le suplicó a Josefina que lo ayudara, le rogó al cielo ser perdonado y rezó por
su alma cuando se lanzó al vacío. Durante su caída, tuvo la gracia de revivir
los mejores momentos de su vida y viendo la sonrisa de su esposa, su cráneo se
destrozó contra el pavimento. A exhalar su último suspiro, los niños lo
rodearon y entonaron un cantico tan antiguo como el mundo, separando del cuerpo
a un niño nuevo del cadáver. Le dieron la bienvenida, todos sonrientes y la
niña mayor dijo con una risita: “Que divertido, quien quiere volver a jugar?”
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